miércoles, 23 de mayo de 2012

SOBRE LA SEGURIDAD

por Rubén Strina sj
Segundo año

Carrera : Counseling con orientación en logoterapia
Cátedra: Piscología evolutiva

Toda  vez que se habla de las necesidades básicas de los niños, escuchamos las palabras "lo que necesitan es seguridad". A veces nos parece una afirmación sensata y otras, experimentamos algunas dudas.
 ¿Qué significa la palabra "seguridad"?
 Los padres sobreprotectores despiertan angustia en sus hijos, y los que no son confiables los confunden y atemorizan. Así, es posible que los padres proporcionen excesiva seguridad y, por otro lado, sabemos que los niños realmente necesitan sentirse seguros. ¿Cómo podemos aclarar este problema?
Los padres que logran mantener un hogar unido, proporcionan de hecho algo que es de inmensa importancia para sus hijos, y, naturalmente, cuando aquéllos se separan los hijos sufren las consecuencias. Pero si se nos dice simplemente que los niños necesitan seguridad, sentimos que algo falta en esa afirmación. Los niños encuentran en la seguridad una especie de desafío, un desafío que los lleva a demostrar que pueden escapar. Llevada a su extremo la afirmación de que la seguridad es algo bueno implicaría que una prisión es un buen lugar donde crecer, lo cual es absurdo. Desde luego, la libertad del espíritu puede conservarse en cualquier parte, incluso en una prisión. Esto es, que la sujeción física no es lo único que debe tenerse en cuenta. Pero las personas deben vivir con libertad a fin de vivir con imaginación. La libertad es un elemento esencial, algo que permite a las personas desarrollar lo mejor que hay en ellas; sin embargo, debemos admitir que hay individuos que no pueden vivir en libertad porque experimentan temor con respecto a sí mismos y al mundo. Para esclarecer estas ideas, pienso que debemos considerar al niño, al adolescente y al adulto, y seguir la evolución, no sólo de las personas individuales, sino también de lo que ellas necesitan del medio a medida que crecen. Sin duda, es un signo de crecimiento sano el que los niños comiencen a poder disfrutar de la libertad que se les va otorgando gradualmente. ¿Cuál es nuestra meta en la educación de los niños?
Confiamos en que cada uno de ellos adquirirá gradualmente una sensación de seguridad, y en que en su interior se establezca una creencia en algo, algo que no sólo es bueno, sino también confiable y durable, o que puede recuperarse aún después de que ha sido dañado o se ha extinguido.
La pregunta es: ¿cómo se produce este desarrollo de un sentimiento de seguridad? ¿Qué lleva a ese estado satisfactorio de cosas en que el niño tiene confianza en las personas y las cosas que lo rodean? ¿Qué trae corno consecuencia esa cualidad que llamarnos autoconfianza? ¿Lo importante aquí es un factor innato o personal o bien la enseñanza moral? ¿Es necesario predicar con el ejemplo? ¿El medio debe proporcionar lo necesario para producir el efecto deseado?
Podríamos examinar las etapas del desarrollo emocional por la que cada niño debe pasar a fin de convertirse en una persona sana y, eventualmente, adulta, y, de paso, referirnos a los procesos innatos del crecimiento y a la forma, necesariamente muy compleja, en que los seres humanos se vuelven personas por derecho propio.
Con todo, quisiera considerar aquí la provisión del medio, nuestro propio papel y el de la sociedad con respecto a nosotros.
El medio es el que permite que cada niño crezca, pues, si no es confiable, el crecimiento personal no puede tener lugar, o bien resulta distorsionado.
Además, y dado que no hay dos niños que sean exactamente iguales, debemos adaptarnos específicamente a las necesidades de cada uno. Ello significa que quien tenga a su cuidado una criatura debe conocerla y actuar sobre la base de una relación personal y viva con ella, y no basándose en lo que ha aprendido y aplicándolo en forma mecánica.
Por el hecho de estar presentes, confiables y congruentes, proporcionamos una estabilidad que no es rígida, sino viva y humana y eso hace que el niño se sienta seguro, y pueda crecer. Este es el tipo de relación que puede absorber e imitar.
Cuando ofrecemos seguridad hacemos dos cosas a la vez.
A)    Por un lado, y gracias a nuestra ayuda, el niño está a salvo de lo inesperado, de innumerables intrusiones desagradables y de un mundo que no conoce ni comprende,
B)    Por otro, lo protegemos de sus propios impulsos y de los efectos de esos impulsos.
Es innecesario señalar que los niños muy pequeños no pueden prescindir de nuestros cuidados ni manejarse por su cuenta. Necesitan que los sostengan, que los lleven de un lado a otro, que los laven, los alimenten, los mantengan a la temperatura adecuada y los protejan de las corrientes de aire y los golpes. Necesitan que alguien haga frente a sus impulsos y nos necesitan para que su espontaneidad tenga sentido. En esta temprana etapa las cosas no son muy difíciles porque, en la mayoría de los casos, el niño cuenta con una madre que, durante un tiempo, se ocupa casi exclusivamente de las necesidades de su hijo. Durante este período el niño está protegido. Cuando una madre tiene éxito en esta etapa, el resultado puede ser un niño cuyas dificultades corresponden realmente a la vida y a los conflictos inherentes a los sentimientos vivos, y no a los choques con el mundo. Así, en la mayoría de las circunstancias satisfactorias, en la seguridad del cuidado que se le proporciona al niño, éste comienza a llevar una vida personal e individual.
Muy pronto los niños empiezan a defenderse de la inseguridad, pero durante las primeras semanas y meses, están muy débilmente establecidos como personas y, si carecen de apoyo, los factores adversos distorsionan su desarrollo. El niño que ha conocido la seguridad en esa temprana infancia comienza a abrigar la expectativa de que no "le fallarán". Frustraciones, sí, eso es inevitable, pero que le fallen, eso no.
Lo que nos interesa aquí es qué ocurre cuando se establece en el niño un sentimiento de seguridad. Pienso que se inicia entonces una prolongada lucha contra la seguridad, esto es, la que proporciona el medio. Después del período inicial de protección, la madre permite gradualmente que el mundo haga su aparición, y el niño pequeño aprovecha ahora cada nueva oportunidad para la libre expresión y la acción impulsiva. Esta guerra contra la seguridad y los controles continúa durante toda la infancia, a pesar de lo cual los controles siguen siendo necesarios. Los padres siguen estando listos con sus medidas disciplinarias, con sus muros de piedra y sus barrotes de hierro, pero, en la medida en que saben cómo es cada uno de sus hijos y les preocupa su evolución como personas, aceptan de buen grado el desafío de los niños. Continúan actuando como custodios de la paz, pero saben que habrá desobediencia e incluso revolución. Por fortuna, en la mayoría de los casos tanto los niños como los padres encuentran algún alivio para esta situación en la esfera de la imaginación y el juego, y a través de las experiencias culturales. Con el correr del tiempo, y si son sanos, los niños se vuelven capaces de conservar un sentimiento de seguridad frente al peligro manifiesto, como sucede cuando un progenitor se enferma o muere, cuando alguien se comporta mal o cuando un hogar se desintegra por un motivo o por otro.
LA NECESIDAD DE PONER A PRUEBA LAS MEDIDAS DE SEGURIDAD
Los niños necesitan comprobar constantemente si pueden seguir confiando en sus padres, y estas pruebas continúan a veces hasta que los niños ya están en condiciones de ofrecer protección a sus propios hijos, y aun después. Los adolescentes, en particular, ponen a prueba todas las medidas de seguridad y todas las reglas y reglamentos. Así, habitualmente sucede que los niños aceptan la seguridad como un supuesto básico; creen en el cuidado paterno y materno porque lo han conocido. Abrigan un sentimiento de seguridad que se ve continuamente reforzado por las pruebas a que someten a sus padres y a sus familias, a sus maestros y amigos, y a todas las personas que conocen. Habiendo comprobado que llaves y cerrojos están realmente echados, proceden a forzarlos. Lo hacen una y otra vez, o bien se quedan acurrucados en la cama, escuchando discos con canciones tristes y sintiéndose totalmente inútiles.
¿Por qué los adolescentes en particular hacen estas pruebas?
Ello parece deberse sobre todo a que experimentan sentimientos intensos y atemorizantemente nuevos, y quieren estar seguros de que los controles externos no han desaparecido. Pero, al mismo tiempo, deben demostrarse que pueden .liberarse de esos controles y afirmarse como individuos.
Los niños sanos necesitan a su alrededor personas que sigan conservando el control, pero deben ser personas hacia las que sea posible experimentar amor y odio, rebeldía y dependencia; los controles mecánicos resultan inútiles, y el temor nunca es un buen motivo para la obediencia. Siempre es la relación viva entre las personas lo que permite el verdadero crecimiento, el cual gradualmente, con el correr del tiempo, hace que el niño o el adolescente adquiera un sentido adulto de la responsabilidad, sobre todo en lo concerniente a proporcionar seguridad a los niños de la nueva generación.
Esto es lo que hacen los artistas creadores de todo tipo. Cumplen una función muy valiosa para nosotros, porque crean( valores creativos)  constantemente nuevas formas y las abandonan, pero sólo para crear otras nuevas. Los artistas nos permiten mantenernos vivos, cuando las experiencias de la vida real amenazan con destruir nuestra sensación de estar vivos y de ser reales. Más que cualquier otro individuo, el artista nos recuerda que la lucha entre nuestros impulsos y el sentimiento de seguridad, ambos vitales para nosotros, es una lucha eterna que tiene lugar en el interior de cada uno de nosotros mientras alienta la vida.
Así, pues, los niños sanos desarrollan suficiente confianza en sí mismos y en las otras personas como para odiar los controles externos de todo tipo, pues ahora éstos se han transformado en autocontrol. En tales circunstancias, el conflicto se resuelve por anticipado dentro de la persona.
Por consiguiente, esta es mi manera de ver las cosas: las circunstancias favorables en las etapas  tempranas conducen a un sentimiento de seguridad, y éste, al autocontrol que, cuando se constituye en un hecho, hace que la seguridad impuesta sea un insulto.

lunes, 21 de mayo de 2012

“El sistema parental narcisista”


Carrera : Counseling con oritentación en logoterapia
Cátedra : Psicología Evolutiva 2do. año
por Mariano García Mollo
Alumno de segundo año

“Padres no exasperéis
a vuestros hijos”
(Efesios 6,4)

Los niños de padres narcisistas llegan a terapia con dificultades que se originan en el mismo sistema de relaciones parentales.  Los profesionales que interactúan con el niño pueden tener algunas dificultades a la hora de registrar este tipo de familia disfuncional debido a su apariencia de “normalidad”. En este artículo intentaremos ponernos principalmente en el lugar de aquellos niños que sufren las consecuencias de la neurosis o del trastorno narcisista de personalidad ( DSM-4: F60.8/301.81) de uno o ambos padres. Finalmente, y a modo de ejemplo  presentaremos dos casos de adultos sobrevivientes a esta manera tergiversada de “ser familia” que trasciende todas las épocas y culturas aunque en la nuestra especialmente se halla muy difundida.

Definición de familia funcional y disfuncional:
            Comencemos con una posible definición de familia funcional para llegar luego a la de familia disfuncional en general. Ambos conceptos provienen de la psicología y encuentran su sentido en el “rol” o “función” que la familia debe aportar a la sociedad como desarrolladora e integradora de las capacidades del niño hasta su madurez, es decir como persona en todas sus dimensiones, física, psíquica, y espiritual. Entendiendo por “desarrollo maduro” o “saludable” al proceso por el cual un joven llega a la adultez en condiciones de satisfacer sus propias necesidades vitales, emocionales y trascendentes, como la de las eventuales personas o niños a su cargo, integrándose él mismo y ayudando a integrar  en la sociedad de manera positiva y competente a cada niño según sea el caso.

Es así que podemos esbozar una definición de familia disfuncional como:
            “Aquella en la cual los continuos conflictos, las conductas regulares inadecuadas, o incluso el abuso por parte de algún miembro de la familia, obligue a uno o más miembros de la misma, a realizar un esfuerzo de adaptación de tales acciones que conlleve trastornos psico-físicos o emocionales que dificultarán el proceso de inclusión del niño en la sociedad de una manera positiva y competente según sea el caso”.

Errores de percepción en el diagnóstico de la familia narcisista:
            El primer error de percepción lo debe enfrentar el niño, pues en la mayoría de los casos crecen dando por hecho que tal disposición del sistema parental es normal. Llegando incluso a pensar que el discordante, defectuoso, equivocado o digno de ser culpado es él.
            Un segundo error de percepción lo padece el entorno del niño, pues a menudo no hay registro de que una familia “intacta” pueda ser disfuncional. Como resultado de esto, los amigos, la familia extensa y los maestros de estos niños pueden ser completamente inconscientes de tal situación. Incluso el niño puede ser injustamente acusado como “problemático” por sus padres, y puesto aún bajo un estrés mayor que el que deben soportar otros niños que han crecido en otros tipos de familias disfuncionales que no presenten síntomas de neurosis o trastorno narcisista de la personalidad.
            Un tercer error de percepción es la creencia de que “familia disfuncional” es sinónimo inmediato de padres separados o familias ensambladas (no incluimos aquí el caso de niños criados en hogares formados por parejas del mismo sexo, que debe ser tratado a parte debido a la falta de investigación y resultados estadísticos comprobados científicamente). Esto se debe a que en algunos casos el necesario complemento padre/madre, la tolerancia y el diálogo intra-familiar puede quedar salvaguardado por el compromiso que los padres separados asumen frente a las necesidades de sus hijos. Sin embargo, esto no significa necesariamente que para el niño ver separados a sus padres constituya una situación normal para él, por más estable y amigable que permanezca la relación.
            Un último error de percepción menos común pero vigente aún en nuestros días es aquel que estigmatiza o reduce el concepto de familia disfuncional a aquellas que se ven privadas o carentes de recursos materiales.

El Sistema Narcisista original (Narciso y Eco)
             A pesar de que el personaje de la mitología griega llamado Narciso (Νάρκισσος) es muy conocido, no sucede lo mismo con la trama completa de esta interesante tragedia. En sus dos versiones tanto la original griega como la latina legada por Ovidio en su libro “Las metamorfosis” (ca. 43 a.C) se ha querido personificar dos tipos distorsionados de amor, uno dependiente y reflectivo incapaz de amarse a sí mismo en la persona de “Eco”, y otro ego centrado y auto destructivo en la persona de “Narciso”. Es, de la relación entre estos dos personajes de la leyenda que podemos derivar el nombre de familia narcisista.
           
El mito
            La tragedia comienza a gestarse ya desde la concepción del niño Narciso, puesto que él es fruto de la violencia sexual. El dios-río Cefiso, después de raptar y violar a la náyade Liriope, engendró en ella a un joven de espléndida belleza, a quien dieron por nombre Narciso. Preguntado sobre si el recién nacido tendría una larga vida, Tiresias, el sabio capaz de predecir el futuro, contestó crípticamente «Sí, siempre y cuando nunca se conozca a sí mismo.» A lo largo de su vida, Narciso, va a provocar en hombres y mujeres, mortales y dioses, grandes pasiones, a las cuales no responde por su incapacidad para amar y para reconocer al otro. Según el relato de Ovidio, entre las jóvenes heridas por su amor estaba la ninfa Eco, quien había disgustado a Hera y por ello ésta le había condenado a repetir las últimas palabras de todo cuanto se le dijera sin poder expresarse ella por sí misma. Eco fue, por tanto, incapaz de hablarle a Narciso de su amor por él, pero un día, cuando él estaba caminando por el bosque, acabó apartándose de sus compañeras y siguió a su amado hasta que sus ruidos develaron su presencia. Al oír el ruido de las ramas Narciso preguntó «¿Hay alguien aquí?», Eco contenta respondió: «Aquí, aquí». Incapaz de verla oculta entre los árboles, él le gritó: «¡Ven!». Después de responder: «Ven, ven», Eco salió de entre los árboles con los brazos abiertos. Narciso cruelmente se negó a aceptar su amor. Tentado por Afrodita, al contemplar su imagen en el espejo de la superficie del agua, sintió una fascinación por su propia imagen de la que no pudo sustraerse. No podía tocar ni abrazar al ser que veía reflejado en el agua, pero tampoco podía apartar su vista de él. Subyugado por la bella imagen de sí mismo que le devolvía el río, se retrajo de toda posible relación amorosa con otros seres, e incluso de atender sus propias necesidades básicas. En una contemplación absorta de sí mismo acabó arrojándose a las aguas y muriendo ahogado en su propia imagen. Finalmente, en el sitio donde su cuerpo había caído, creció una hermosa flor de olor repugnante llamada Narciso. Mientras tanto, Eco, consumida de melancolía, se retiró a una cueva donde su cuerpo se consumió, quedando de ella solo una voz sin forma que repite, en la lejanía, la última frase o sílaba que se pronuncie.


El sistema parental narcisista:
            Una lectura completa del mito nos permite hacer una impresionante alegoría de las relaciones interactivas de una familia narcisista.

            Eco (el niño) ha perdido toda la capacidad de formar sus propias palabras y sólo puede repetir lo que pronuncian los demás. Cuando se enamora de Narciso, lo sigue con la esperanza de que algún día el vaya a pronunciar palabras de amor que ella pueda entonces repetir. Eco representa la persona-niño tratando de ganar la atención y aprobación que necesita, convirtiéndose en un reflejo reactivo de las necesidades de sus padres. Eco no ha podido desarrollar la capacidad para encontrar su propia “voz” – es decir, para reconocer sus propios deseos y necesidades, y para desarrollar estrategias para satisfacerlos.

            Narciso (los padres) representa el sistema parental, el cual, por cualquier razón (stress laboral, alcoholismo, abuso de drogas, enfermedad mental, discapacidad física, o simplemente falta de madurez emocional para ser padres), se ocupa  principalmente de satisfacer sus propias necesidades. Narciso obsesionado consigo mismo se vuelve incapaz de ver, escuchar y reaccionar a las necesidades de los demás.
           

Elementos de un Sistema Narcisista:
            Dentro del sistema de la familia narcisista, el locus para satisfacer necesidades emocionales[1] está invertido: mientras que, en una familia saludable, los padres intentan proveer de todo para satisfacer las necesidades de los niños; en una familia narcisista, se convierte en la responsabilidad de los niños el satisfacer las necesidades emocionales de los padres.

1. Una responsabilidad Tergiversada
            En una familia saludable, los padres aceptan la responsabilidad de satisfacer ciertas necesidades de sus niños, hacen que sus propias necesidades estén satisfechas por su cuenta o entre la pareja, y/o con otros adultos que sean capaces de hacerlo. En tal familia, la expectativa intrínseca está en que los niños no son responsables de satisfacer las necesidades de sus padres. Al contrario, los niños son “responsables” de aprender gradualmente cómo satisfacer sus propias necesidades de una manera independiente. Se espera que un niño, con el apoyo de los padres se involucre en un proceso de aprendizaje que dura más o menos 18 años, en el cual aprenderá las habilidades necesarias para llevar una vida satisfactoria. Si el proceso funciona correctamente, el niño va a aprender a través del modelo parental a entregarse al servicio de los demás satisfaciendo a un mismo tiempo sus propias necesidades emocionales.

            Contrariamente en la familia narcisista los padres no están focalizados en satisfacer las necesidades emocionales del niño. La responsabilidad se tergiversa, es decir, en lugar de residir en los padres se desplaza hacia el niño. Es así que el niño se convierte de manera inapropiada, en responsable de satisfacer las necesidades de los padres, y, al hacer esto, se le priva de la oportunidad de la experimentación necesaria y del crecimiento.

2. Niños reactivos a las expectativas de los demás
            Tal como Eco sólo podía reflejar las palabras de los otros, del mismo modo los niños criados en una familia narcisista se convierten en seres reactivos o reflectivos. Dado que aprenden desde muy temprano que su principal trabajo es el de satisfacer las necesidades de los padres, cualquiera que éstas sean. No desarrollan la confianza en sus propios sentimientos y juicios. De hecho, sus propios sentimientos son una fuente de incomodidad: es mejor no tener sentimientos en lo absoluto, que tener sentimientos que no pueden ser expresados ni aceptados incondicionalmente. Adquiriendo la necesidad crónica de gustar y de ser validado constantemente.

            Entonces, en lugar de actuar según sus propios sentimientos y de una manera proactiva, el hijo espera hasta ver lo que otros esperan de él o necesitan, y luego reacciona según sus expectativas. La reacción puede ser ya sea positiva o negativa –el niño puede elegir, ya sea satisfacer las necesidades expresadas o tácitas, o revelarse en contra de esas necesidades-, pero, sea cual fuese esa reacción, todo es reactivo.
           

3. Problemas con la intimidad
            Para el niño de una familia narcisista las relaciones íntimas son un problema. Los niños de estas familias han aprendido a no confiar. Por lo tanto, durante el estado adulto, no importa cuánto quieran formar relaciones cercanas y amorosas, siempre tendrá dificultades para bajar las barreras a la confianza que ya han erguido hace mucho tiempo. La satisfacción de necesidades como la seguridad psicológica y física es el eje central para el desarrollo de la confianza en el niño. El sobreviviente de una familia narcisista tiene dos opciones, ya sea aprende a no confiar o una vez que confía se le enseña a que no confíe más. Cuando son bebés o niños pequeños, muchos fueron bien alimentados, los mantuvieron en un lugar cálido, se les mimó, se les trató bien. Un niño dependiente, necesitado (como somos todos), es una mínima amenaza para el sistema de los padres: las necesidades son simples y el sistema parental es capaz y además quiere satisfacerlo. Pero a medida que el niño crece y busca diferenciarse de los padres, las necesidades comienzan a ser más complejas. El sistema parental puede ser francamente incapaz de ocuparse de estas necesidades, o puede verse amenazado por éstas y sentirse más y más ofendido. A esta altura la responsabilidad de satisfacer las necesidades comienza a tornarse del padre hacia el hijo y la erosión de la confianza comienza.

            Mientras que ciertos comportamientos obvios (emborracharse o avergonzar al niño) van a producir obviamente una crisis de confianza del niño. Adultos que se criaron en familias narcisistas, con frecuencia describen una disfunción que es mucho más encubierta, describiendo a sus padres como “sólo están ahí”.


Las familias narcisistas suelen funcionar de manera encubierta
            En la mayoría de los casos estudiados de familias narcisistas se han encontrado disfunciones más sutiles que en otros tipos de familias disfuncionales. Puede ocurrir que un consultante o paciente llegue a terapia traumatizado y con rasgos muy semejantes a los que solemos encontrar en casos de adultos hijos de familias alcohólicas por ejemplo. Pero, sin embargo, el terapeuta o counselor no llega a entender de dónde ni porqué se originaron los problemas de esta persona. Un adulto victima de padres narcisistas puede llegar a terapia con un genograma familiar y con un historial donde no hubo abusos, donde nadie bebía ni consumía drogas. Esto ocurre porque la familia narcisista en general funciona bastante bien. Los niños son alimentados, tienen ropa, fiestas de cumpleaños, se los lleva de vacaciones y se gradúan en buenas escuelas. La familia parece normal, incluso cuando se la mira de cerca. Pero la disfunción pasa por otro costado. El problema fue que se esperaba que los niños satisfacieran las necesidades de los padres. Esta situación puede parecer incluso saludable en algunos casos como manifestación de responsabilidad y maduración en el niño, pero emocionalmente es una tragedia que a la larga se llevará como una pesada carga. Los niños de esta familia suelen ser adultos que llegan a terapia habiendo leído todos los libros, hablado muchas veces con sus hermanos y amigos, y todos ellos le han reforzado la idea de que no había nada malo en su familia. Estas personas llegan completamente convencidas de que tiene que haber alguna falla en su propia personalidad. ¡Esto debía ser así, porque no había nada malo en la manera en que fueron criados!


Enfoque terapéutico 
            El modelo de tratamiento para la familia narcisista debe estar enfocado en las necesidades emocionales y en la capacidad de contactar con los propios sentimientos, aumentando la confianza en sí mismo y en las decisiones tomadas por él libre y responsablemente. El consultante debe aprender a no ocultar, reprimir o postergar sus necesidades. La aceptación incondicional de la propia historia de vida no podrá en absoluto cambiar su pasado ni anular los daños que se le han hecho durante su infancia. Sin embargo, gracias a este doloroso e incómodo tocar fondo el consultante podrá hacer el duelo que le permitirá recuperar la identidad que se hallaba atrapada en la cárcel invisible del pasado. Una vez superado el duelo el paciente podrá asumir la difícil tarea de dejar de sentirse víctima de su pasado para convertirse en un ser renovado que asume su historia personal y vive con ella orientado hacia un futuro de entrega y amor que trascienda toda carencia.


Dos ejemplos:
Hilda y la madre que “siempre está ahí”:  
            “Mi mamá estaba siempre ahí, haciendo las cosas normales. Pasábamos bastante tiempo en casa con ella y estaba… ahí. Pero recuerdo haberme sentido como que no podía acercarme lo suficiente a ella. Es difícil describirlo. Ella estaba ahí, se preocupaba, pero no realmente. Recuerdo haberle dicho eso que me preocupaba tanto, de mi mejor amiga que me había humillado tanto en la buffet de la escuela -enfrente de todos- y ella hizo un gesto con la cabeza y me dijo todo lo correcto, pero era como que me hacía sentir que me estaba dedicando su tiempo, haciendo lo que las madres tienen que hacer y sacándolo del “libro de las madres”… porque, en cuanto terminé, comenzó a hablar de mi papá, de cómo ella estaba enojada con él, porque le había hecho algo. Como si yo no le hubiese dicho nada!… Y eso no fue una sola vez, un incidente, en realidad esto pasaba ¡todo el tiempo!... Yo la adoraba, y supongo que todavía lo hago; yo sé que me quería, pero era como tratar de agarrar humo, uno no lo puede agarrar con las manos. Aún me siento así”.
           
            La historia de Hilda no es una historia de abuso obvio, abierto o dramático. Se trata de una incapacidad emocional por parte de la madre hacia la hija. Hilda sentía que el centro de atención de su mamá no estaba puesto en ella, y tenía razón: estaba puesto en la relación con su marido. Su madre realmente quería que Hilda le prestara atención a ella, que fuera su aliada y que satisficiera sus propias necesidades emocionales.


Florencia y la madre que “hace de madre”:
            Florencia es una secretaria ejecutiva de unos 31 años y trabaja para una corporación ejecutiva de alto nivel. Está casada felizmente y tiene tres hijos de edad escolar; el cuarto niño murió cuando tenía 6 meses, de un ataque de neumonía, seis años antes del comienzo de la terapia. Ella comenzó la terapia luego de haber vivido en secreto con ataques de pánico por dos años. Sentía que corría el riesgo de suicidarse, y ya no podía evitar los ataques. El relato de Florencia acerca de su familia de origen, de la experiencia que había tenido, era el relato de una persona que había tenido una familia cercana, cálida y religiosa. Eran seis hermanos: el padre era un oficial militar de alto rango, y la madre permanecía en casa dedicada a sus hijos. Florencia contaba siempre, por ejemplo, que tenía muchos chicos con quienes jugar y que a su mamá nunca le importaba que su casa fuese el centro del vecindario para que jugaran los niños. Tenía recuerdos de haberse sentido especial, porque vivía en una base militar y todos saludaban a su padre y saludaban a los niños. Recuerda haber tenido cinco o seis años cuando se perdió dentro de la base, para luego ser “rescatada” por seis soldados, que la llevaron a tomar un chocolate caliente con galletas y después la llevaron a casa en un jeep. Habló de cómo le gustaba ir a la oficina de su padre y sentirse muy importante porque era la pequeña hija del coronel.
Sin embargo, cuando se le preguntó acerca de sus relaciones con su padre y su madre, su voz se ponía nerviosa. Había una rabia muy suprimida, hasta cuando contaba un acontecimiento feliz. Florencia se convirtió en una especie de armadillo, alguien con un caparazón muy duro que la protege, siendo por dentro una persona muy suave y vulnerable. Sus comentarios acerca de su familia, sus colegas y su marido, por lo general, eran sarcásticos. Hacía chistes agresivos acerca de todo, enmascarando su rabia como humor. Pero luego de muchos meses de terapia, una imagen comenzó a emerger. Emergió con una actitud agonizante, ya que era muy difícil para ella decir cualquier cosa sobre su padre que fuera a ser visto como negativo.

            Básicamente, Florencia no tenía ninguna conexión emocional con su mamá; su madre no lo podía permitir. Su madre era “una madre que hace” (en oposición a “una madre que es”). Luego de más de un año de terapia, Florencia describió a su mamá de la siguiente manera:

            “…mamá se pasaba todo el tiempo tratándose de ganar esa alas de mierda [refiriéndose a las creencias religiosas muy fuertes de su madre, especialmente en los últimos años]. De lo único de que se trataba era de cómo era vista por los otros. Todo lo que no tenía sustancia ni nada para nuestra relación. Nos recuerdo a todos nosotros vestidos impecablemente y haciendo fila para ir a la iglesia. La familia del coronel, nosotros ocho, siempre sentados en el mismo banco de iglesia. Aunque nos estuviéramos muriendo, teníamos que levantarnos, vestirnos e ir a la iglesia. Estaba tan ocupada haciendo lo que era correcto y asegurándose de que todos hiciésemos lo correcto, para asegurar su lugar en el cielo. No importaba lo que sentíamos, o ¡ni siquiera si sentíamos algo! Lo único que importaba es que hiciéramos. Y yo, personalmente, siempre me sentí muy mal, excepto cuando estaba con mi papá. Él me hacía sentir importante. Él era un héroe. Usted sabe… el uniforme, todas esas medallas, toda la gente que lo saludaba donde sea que el fuera. Pero mi mamá, ¡uf! Yo sabía que nunca iba a estar a la altura de lo que ella me pedía. No sabía ni por qué; no podía preguntar. Entonces era presumida por afuera, pero siempre estaba muy enojada, y… lastimada”.

            Según como progresó la historia de la familia de origen de Florencia, fue más y más evidente para ella que las necesidades de su niñez no habían sido levemente ignoradas, sino que habían sido sacrificadas para servir a otros (y, en este caso sobre todo, por las necesidades de sus padres). Las convicciones religiosas de su madre, hicieron que los sentimientos fueran irrelevantes. Había una manera prescrita de cómo vivir, y así era la manera como se debía vivir, punto. No importaba como uno se sintiera acerca de eso. La carrera del padre era muy importante para ambos padres. El papá de Florencia siempre fue el primer foco de atención en la vida de su madre. En esta pareja de padres, cualquier cosa que amenazara el estatus, el ego o la paz del padre, era intolerable. Esa era la dinámica tácita que manejaba esta familia narcisista. Cuando Florencia quedó embarazada a los 16 años, su padre se enfureció y le pegó arrojándola por las escaleras; su madre apoyó esta acción, culpándola a ella. Unos años más tarde, cuando el niño pequeño de Florencia murió, su padre fue incapaz de asistir al funeral, dijo que estaba demasiado triste. El día después del funeral, su madre le dijo que se estaba comportando de una manera egoísta al llorar, y que “debía levantarse y hacer lo que era correcto” (es decir, limpiar la casa y preparar la comida, en caso de que alguien fuera a visitarla. Inmediatamente después, la mamá de Florencia se fue, y su joven marido tan triste y sus tres hijos se las tuvieron que arreglar solos. Ella regresó a su casa diciendo “tu padre me necesita; esto ha sido tan duro para él”.

            “¡¿Y qué hay de mí?!”, gritó Florencia cuando contaba su historia. “¡¿Acaso no pensó que me podía lastimar?! No, a mí no se me tenía permitido sentir o apenarme. ¡Yo no existía para ella, yo no estaba haciendo lo correcto! ¡Y que Dios me perdone si llegara a llorar, a sentirme lastimada o hasta necesitarlos”

            Excepto por aquella oportunidad en la que el padre de Florencia la empujó por las escaleras, nunca nadie fue golpeado en la familia. Nunca a nadie “le falto algo” materialmente. Ninguno de los padres sufrió el abuso de alguna sustancia, ni de ninguna enfermedad mental, de discapacidad física, de nada. Pero era una familia disfuncional narcisista. La expectativa clara era que los niños debían satisfacer las necesidades emocionales de los padres, y que los niños no debían solicitar a sus padres para que los apoyen emocionalmente.


Conclusión
            Es mi deseo que este artículo pueda ayudar a terapeutas y counselors a descubrir el vacío existencial y emocional que agobia a un sobreviviente de este tipo de familia disfuncional. Especialmente porque resulta difícil ubicarlos dentro de alguna categoría, o un marco de trabajo alrededor del cual organizar el tratamiento o las técnicas necesarias para estimular el desarrollo inhibido de la vida emocional y afectiva de estas personas que sigue latente.
           
            Concluímos con las palabras de John Bradshaw[2]:

            “Lo que un niño necesita más es un protector firme pero que lo entienda, alguien que necesita que sus necesidades se vean satisfechas gracias al esposo o a la esposa. Tal protector necesita ver resuelto el problema en sus propias relaciones, y también requiere tener un sentido de responsabilidad. Cuando este es el caso, tal protector puede estar disponible para el niño y proveer lo que el niño necesita”.


[1] Hablamos de necesidades emocionales porque un sistema narcisista puede perfectamente satisfacer otro tipo de necesidades del niño, como son las de educación, vestido, higiene, la alimentación, etc.
[2] John Bradshaw es una de las figuras más sobresalientes en el campo de la recuperación de las familias disfuncionales. Además de seminarios, ha dirigido varias series de televisión sobre estos temas. Bradshaw es el autor de una serie de cuestionarios que abarcan todas las etapas del desarrollo, desde los años cruciales de la primera infancia hasta la adolescencia, que permiten descubrir con precisión dónde tuvo lugar la interrupción del crecimiento normal y saludable, para así volver a conectar de forma gradual y segura con los sentimientos congelados del pasado. En sus obras John Bradshaw describe de forma conmovedora, su propio viaje interno y nos muestra como nuestro niño herido puede volver a ocupar el lugar del "niño maravilloso" que siempre mereció.