por Rubén Strina sj
Segundo año
Carrera : Counseling con orientación en logoterapia
Cátedra: Piscología evolutiva
Toda
vez que se habla de las necesidades
básicas de los niños, escuchamos las palabras "lo que necesitan es
seguridad". A veces nos parece una afirmación sensata y otras,
experimentamos algunas dudas.
¿Qué significa la palabra
"seguridad"?
Los padres sobreprotectores despiertan
angustia en sus hijos, y los que no son confiables los confunden y atemorizan.
Así, es posible que los padres proporcionen excesiva seguridad y, por otro
lado, sabemos que los niños realmente necesitan sentirse seguros. ¿Cómo podemos
aclarar este problema?
Los
padres que logran mantener un hogar unido, proporcionan de hecho algo que es de
inmensa importancia para sus hijos, y, naturalmente, cuando aquéllos se separan
los hijos sufren las consecuencias. Pero si se nos dice simplemente que los
niños necesitan seguridad, sentimos que algo falta en esa afirmación. Los niños
encuentran en la seguridad una especie de desafío, un desafío que los lleva a
demostrar que pueden escapar. Llevada a su extremo la afirmación de que la
seguridad es algo bueno implicaría que una prisión es un buen lugar donde
crecer, lo cual es absurdo. Desde luego, la libertad del espíritu puede
conservarse en cualquier parte, incluso en una prisión. Esto es, que la
sujeción física no es lo único que debe tenerse en cuenta. Pero las personas
deben vivir con libertad a fin de vivir con imaginación. La libertad es un
elemento esencial, algo que permite a las personas desarrollar lo mejor que hay
en ellas; sin embargo, debemos admitir que hay individuos que no pueden vivir
en libertad porque experimentan temor con respecto a sí mismos y al mundo. Para
esclarecer estas ideas, pienso que debemos considerar al niño, al adolescente y
al adulto, y seguir la evolución, no sólo
de las personas individuales, sino también de lo que ellas necesitan del medio
a medida que crecen. Sin duda, es un signo de crecimiento sano el que los
niños comiencen a poder disfrutar de la libertad que se les va otorgando
gradualmente. ¿Cuál es nuestra meta en la educación de los niños?
Confiamos en que cada uno de ellos adquirirá gradualmente una
sensación de seguridad, y en que en su interior se establezca una creencia en
algo, algo que no sólo es bueno, sino también confiable y durable, o que puede
recuperarse aún después de que ha sido dañado o se ha extinguido.
La
pregunta es: ¿cómo se produce este desarrollo de un sentimiento de seguridad?
¿Qué lleva a ese estado satisfactorio de cosas en que el niño tiene confianza
en las personas y las cosas que lo rodean? ¿Qué trae corno consecuencia esa
cualidad que llamarnos autoconfianza? ¿Lo importante aquí es un factor innato o
personal o bien la enseñanza moral? ¿Es necesario predicar con el ejemplo? ¿El
medio debe proporcionar lo necesario para producir el efecto deseado?
Podríamos
examinar las etapas del desarrollo emocional por la que cada niño debe pasar a
fin de convertirse en una persona sana y, eventualmente, adulta, y, de paso,
referirnos a los procesos innatos del crecimiento y a la forma, necesariamente
muy compleja, en que los seres humanos se vuelven personas por derecho propio.
Con
todo, quisiera considerar aquí la provisión del medio, nuestro propio papel y
el de la sociedad con respecto a nosotros.
El
medio es el que permite que cada niño crezca, pues, si no es confiable, el
crecimiento personal no puede tener lugar, o bien resulta distorsionado.
Además,
y dado que no hay dos niños que sean exactamente iguales, debemos adaptarnos
específicamente a las necesidades de cada uno. Ello significa que quien tenga a su cuidado una criatura debe
conocerla y actuar sobre la base de una relación personal y viva con ella, y no
basándose en lo que ha aprendido y aplicándolo en forma mecánica.
Por el hecho de estar presentes, confiables y congruentes,
proporcionamos una estabilidad que no es rígida, sino viva y humana y eso hace
que el niño se sienta seguro, y pueda crecer. Este es el tipo de relación que
puede absorber e imitar.
Cuando
ofrecemos seguridad hacemos dos cosas a la vez.
A)
Por un lado, y
gracias a nuestra ayuda, el niño está a salvo de lo inesperado, de innumerables
intrusiones desagradables y de un mundo que no conoce ni comprende,
B)
Por otro, lo
protegemos de sus propios impulsos y de los efectos de esos impulsos.
Es innecesario señalar que los niños muy pequeños
no pueden prescindir de nuestros cuidados ni manejarse por su cuenta. Necesitan
que los sostengan, que los lleven de un lado a otro, que los laven, los
alimenten, los mantengan a la temperatura adecuada y los protejan de las
corrientes de aire y los golpes. Necesitan
que alguien haga frente a sus impulsos y nos necesitan para que su
espontaneidad tenga sentido. En esta
temprana etapa las cosas no son muy difíciles porque, en la mayoría de los
casos, el niño cuenta con una
madre que, durante un tiempo, se ocupa casi exclusivamente de las necesidades
de su hijo. Durante este período el
niño está protegido. Cuando una madre tiene éxito en esta etapa, el resultado
puede ser un niño cuyas dificultades
corresponden realmente a la vida y a los conflictos inherentes a los
sentimientos vivos, y no a los choques con el mundo. Así, en la mayoría de
las circunstancias satisfactorias, en la seguridad del cuidado que se le
proporciona al niño, éste comienza a llevar una vida personal e individual.
Muy pronto
los niños empiezan a defenderse de la inseguridad, pero durante las primeras
semanas y meses, están muy débilmente establecidos como personas y, si carecen
de apoyo, los factores adversos distorsionan su desarrollo. El niño que ha conocido la seguridad en
esa temprana infancia comienza a abrigar la expectativa de que no "le
fallarán". Frustraciones, sí, eso
es inevitable, pero que le fallen, eso no.
Lo
que nos interesa aquí es qué ocurre cuando se establece en el niño un
sentimiento de seguridad. Pienso que se
inicia entonces una prolongada lucha contra la seguridad, esto es, la que
proporciona el medio. Después del período inicial de protección, la madre
permite gradualmente que el mundo haga su aparición, y el niño pequeño
aprovecha ahora cada nueva oportunidad para la libre expresión y la acción
impulsiva. Esta guerra contra la
seguridad y los controles continúa durante toda la infancia, a pesar de lo cual
los controles siguen siendo necesarios. Los padres siguen estando listos con
sus medidas disciplinarias, con sus muros de piedra y sus barrotes de hierro,
pero, en la medida en que saben cómo es cada uno de sus hijos y les preocupa su
evolución como personas, aceptan de buen grado el desafío de los niños.
Continúan actuando como custodios de la paz, pero saben que habrá desobediencia
e incluso revolución. Por fortuna, en la mayoría de los casos tanto los niños
como los padres encuentran algún alivio para esta situación en la esfera de la
imaginación y el juego, y a través de las experiencias culturales. Con el
correr del tiempo, y si son sanos, los niños se vuelven capaces de conservar un
sentimiento de seguridad frente al peligro manifiesto, como sucede cuando un
progenitor se enferma o muere, cuando alguien se comporta mal o cuando un hogar
se desintegra por un motivo o por otro.
LA NECESIDAD DE PONER A
PRUEBA LAS MEDIDAS DE SEGURIDAD
Los niños
necesitan comprobar constantemente si pueden seguir confiando en sus padres, y estas pruebas continúan a veces hasta que los
niños ya están en condiciones de ofrecer protección a sus propios hijos, y aun
después. Los adolescentes, en particular, ponen a prueba todas las medidas de
seguridad y todas las reglas y reglamentos. Así, habitualmente sucede que los
niños aceptan la seguridad como un supuesto básico; creen en el cuidado paterno
y materno porque lo han conocido. Abrigan
un sentimiento de seguridad que se ve continuamente reforzado por las pruebas a
que someten a sus padres y a sus
familias, a sus maestros y amigos, y a todas las personas que conocen. Habiendo comprobado que llaves y cerrojos
están realmente echados, proceden a forzarlos. Lo hacen una y otra vez, o bien se quedan acurrucados en la cama,
escuchando discos con canciones tristes y sintiéndose totalmente inútiles.
¿Por qué los adolescentes
en particular hacen estas pruebas?
Ello parece
deberse sobre todo a que experimentan sentimientos intensos y atemorizantemente
nuevos, y quieren estar seguros de que los controles externos no han
desaparecido. Pero, al mismo tiempo, deben demostrarse que pueden .liberarse de
esos controles y afirmarse como individuos.
Los niños sanos necesitan
a su alrededor personas que sigan conservando el control, pero deben ser
personas hacia las que sea posible experimentar
amor y odio, rebeldía y dependencia; los controles mecánicos resultan inútiles, y
el temor nunca es un buen motivo para la obediencia. Siempre
es la relación viva entre las personas lo que permite el verdadero crecimiento, el cual gradualmente, con el correr del tiempo,
hace que el niño o el adolescente adquiera un sentido adulto de la
responsabilidad, sobre todo en lo concerniente a proporcionar seguridad a los
niños de la nueva generación.
Esto es lo que
hacen los artistas creadores de todo tipo.
Cumplen una función muy valiosa para nosotros, porque crean( valores creativos)
constantemente nuevas formas y las
abandonan, pero sólo para crear otras nuevas. Los artistas nos permiten
mantenernos vivos, cuando las experiencias de la vida real amenazan con
destruir nuestra sensación de estar vivos y de ser reales. Más que cualquier
otro individuo, el artista nos recuerda que la lucha entre nuestros impulsos y
el sentimiento de seguridad, ambos vitales para nosotros, es una lucha eterna
que tiene lugar en el interior de cada uno de nosotros mientras alienta la vida.
Así, pues, los
niños sanos desarrollan suficiente confianza en sí mismos y en las otras
personas como para odiar los controles externos de todo tipo, pues ahora éstos
se han transformado en autocontrol. En
tales circunstancias, el conflicto se resuelve por anticipado dentro de la
persona.
Por consiguiente, esta es mi manera de ver las cosas: las
circunstancias favorables en las etapas
tempranas conducen a un sentimiento de seguridad, y éste, al autocontrol
que, cuando se constituye en un hecho, hace que la seguridad impuesta sea un
insulto.